26 de mayo de 2013

SOBRE EL DUELO

Ainara Campos Sierra
El duelo es el proceso natural de dolerse tras una pérdida. 

La pérdida puede ser por muerte y/ó separación de una persona, por la pérdida de un aspecto interno o cualidad, por enfermedad, por la pérdida y/ó cambio de estatus social, por la pérdida de un animal o de un objeto material. 

Está determinado por el tipo de vínculo que tenemos con la persona, aspecto u objeto de la pérdida, lo que éste o esto supone para uno, lo cual vamos descubriendo con mayor profundidad a medida que vamos elaborando la pérdida. 

El dolor estará pues determinado por este grado y tipo de vínculo. El cual, puede estar basado, tanto en aspectos positivos como negativos, según predominen más emociones positivas, de amor, comprensión, complicidad, confianza, cercanía, ó emociones negativas, de odio, rabia, competitividad, desconfianza, resquemor, etc. Estas emociones junto con los aspectos internos que nos mueven y están implicados en la relación, son los que nos mantienen unidos al objeto de pérdida. El cual al desaparecer nos tambalea toda esa estructura, que finalmente es nuestra, somos nosotros, es nuestra personalidad y sentido de identidad. 

Como sobrellevemos la pérdida va a depender de diversos factores: 

- El modo en el que la pérdida o muerte se ha producido, si ha sido repentina ó anunciada. En el caso de estar anunciada, siempre que estemos abiertos, dándonos cuenta, ó sea no evitando, nos podrá resultar más fluido el proceso. 
- El tipo de vínculo con la persona u objeto de la pérdida. El significado que tiene para nosotros, los aspectos internos, afectivos, de relación que nos cubre, y que una vez perdidos, nos dejan en el vacío y sin su satisfacción. 
- Nuestros propios recursos para afrontar la pérdida. Cómo hemos vivido las primeras pérdidas en nuestras vidas, y por tanto las sucesivas. Cuál es nuestra actitud ante la vida. Y ante el dolor. En tanto que evitemos ó aceptemos la muerte y las pérdidas como parte de la vida. 
- Con qué apoyos contamos tanto internos como externos. ¿Nos permitimos dolernos? ¿Nuestro entrono nos lo permite? 

Es obvio que nuestra sociedad evita el dolor, apuesta por la eficacia, la rapidez, que seamos capaces de sobreponernos con rapidez. No puede haber cambios. Es poco tolerante a los cambios. Y justo el duelo, es todo lo contrario, requiere de cambios, requiere de ajustes, requiere de un ritmo, quizá más al principio, más lento. La energía no está para hacer en el mundo, está replegada, uno está como paralizado, embotado, incrédulo y requiere de tiempo y de energía para sí. Con la fobia al dolor y “tener que estar bien” “y rápido”, existe una tendencia generalizada a hacer un mal uso de los medicamentos antidepresivos. Los cuales, no niego que puedan resultar de necesidad, en según que casos; pero que se administran de un modo indiscriminado, e incluso autoadministrado. Destaco este aspecto social, para tener en cuenta lo que nos puede limitar, y determinar así nuestro proceso de duelo. 

La vida es constante cambio, nuestros cuerpos cambian sin parar, así como la vida que nos rodea. Intentar que esto no sea así, creer que esto no es así, es una ilusión, un imposible. Aceptarlo como una realidad, ayuda a aceptar y vivir cada situación como nueva, adquiriendo e incorporando a cada nueva experiencia las anteriores. Cuando no elaboramos el duelo, puede suceder que acumulemos asuntos inconclusos, emociones no expresadas, cosas no dichas, culpas, etc. y por tanto nos quedamos atrapados, en un impasse, donde no avanzamos. Donde no cambiamos, donde no elaboramos, quedándonos en una experiencia de vida “como si la persona u objeto de la pérdida permaneciese ahí (en mayor o menos grado)”. Entonces no crecemos, no hacemos los cambios, tanto internos como externos, que la nueva situación nos requiere. Mantenernos con estos asuntos inconclusos, es un modo de mantenernos parados, sin avanzar, sin evolucionar, sin crecer, junto a la persona u objeto que hemos perdido, “como si nos quedásemos con él/ella”. Por eso es fundamental trabajar estos aspectos, no dichos, no expresados, por miedo, vergüenza, censura, por considerarlos locuras, porque no nos permitimos dolernos, porque la familia no nos lo permite, etc., y poder así asumir la pérdida y los cambios que éstos nos suponen tanto a nivel individual, como familiar y social. 

En este proceso se describen varios estados por los que se transita, estados que pueden darse más o menos correlativamente, y a veces se solapan emociones. Se puede describir un primer estado de colapso, negación, aturdimiento, shock e incredulidad, donde la persona no es consciente de la pérdida. A medida que va siéndolo, se puede contactar con dolor y tristeza. Y volver a un estado de negación, donde uno no se lo termina da creer. 
Una vez que uno asume que lo ha perdido puede contactar con rabia, la cuál puede ser sentida en dirección directa al objeto o persona de la pérdida, enfadarse porque se ha ido, porque ha enfermado, etc. o puede desviarla hacia los médicos, “que no intervinieron bien”, buscando culpables. La rabia se puede mezclar también con incredulidad, la negación va cediendo, pero uno no lo acepta totalmente, y puede pensar y creer “que por qué a mí”. Todas estas manifestaciones, tanto mentales, como emocionales y físicas, son un modo de ir transitando hacia el dolor ante la pérdida, un estado concreto y que requiere de cierto apoyo interno y externo para contenerlo y vivirlo. En todo el proceso de duelo, uno va valorando lo que hizo y no hizo, dijo y no dijo, etc., va elaborando la pérdida. Comprendiéndola, comprendiéndose. A medida que contactamos con el dolor, vamos soltando, dejando ir, dándonos cuenta de lo que perdemos, del vínculo que teníamos, para ir contactando con la pena ante la pérdida, y el vacío que queda. El dolor, se expresa físicamente, afloja y conmueve el cuerpo, lo zarandea, y ayuda a eliminar, a que se vaya lo que ya no está. Y así nos vamos vaciando, claro que no es un vaciamiento de golpe, que podría colapsarnos. Por eso, es un proceso, que cada uno va viviendo de un modo concreto, alternándose todas estas emociones, convulsiones y elaboraciones. 
Con el vacío, uno va contactando con esta necesidad, con la carencia. Con los aspectos a desarrollar. Y con el amor. 

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