Schaffer y Emerson hicieron un estudio con sesenta niños y sus respectivos cuidadores y concluyeron que el tipo de vínculo que los niños establecían con sus padres dependía fundamentalmente de la sensibilidad y la capacidad de respuesta del adulto con respecto a las necesidades del bebé.
Pasados unos años, Ainsworth diseñó una situación de laboratorio que se llama “La Situación del Extraño”. La situación consiste en que el niño y la madre están en una sala de juego. Después se incorpora una persona desconocida. Al cabo de un rato la madre sale de la habitación y después regresa pero vuelve a salir con la desconocida, quedándose así el niño solo. Finalmente, vuelven a la habitación tanto la madre como la desconocida.
Cuando recabaron los datos quedó claro que la madre era una base segura para el niño, ya que en su presencia jugaban y exploraban más. Cuando el niño detectaba alguna amenaza, desaparecían las conductas exploratorias y se activaban las conductas de apego.
Ainsworth encontró que la relación vincular que demostraban los niños con sus cuidadores se clasificaban en tres patrones, y describió así tres tipos de apego:
Apego seguro, apego ambivalente y apego evitativo.
Apego seguro
En la situación del extraño, al entrar en la sala los niños comienzan a explorar. Cuando la madre sale de la habitación juegan y exploran menos y se muestran afectados. Cuando sus madres vuelven se alegran y se acercan buscando el contacto para después seguir jugando y explorando. Todo se puede resumir en angustia al separarse del cuidador y calma cuando éste vuelve. Tienen madres que se muestran accesibles cuando el niño las necesita, son fuente de confianza y su sola presencia les hace sentir seguros al cuidado.
El niño siente que vive en mundo seguro y crece con ese sentimiento. Las personas con un estilo de apego seguro según Mikulincer, Shaver y Pereg (2003) tienen baja ansiedad y evitación, seguridad en el vínculo, comodidad con la cercanía y con la interdependencia, y confianza en la búsqueda de apoyo y otros medios constructivos de afrontamiento al estrés.
Apego ambivalente
En la situación del extraño estos niños apenas exploran y juegan ya que se muestran muy pendientes de la presencia de su madre. Lo pasan muy mal cuando ésta sale de la habitación. Cuando regresa se muestran ambivalentes, irritados, acercándose pero a la vez, resistentes al contacto. Estos niños vacilan entre la irritación, la resistencia al contacto, el acercamiento y las conductas de mantenimiento de contacto. El comportamiento del niño en la situación se puede resumir como angustia ante las separaciones del cuidador y la dificultad para estar en calma cuando éste vuelve. En la relación con el cuidador suelen estar ambivalentes entre enfado y preocupación.
Apego evitativo
Estos niños desde el primer momento empiezan a explorar pero sin tener en cuenta a la madre, sin mirarla ni asegurarse si está ahí. Cuando la madre se va de la habitación parece no afectarles y cuando ésta vuelve tampoco se alegran ni se acercan a la madre para conseguir su contacto. En la Situación del Extraño no demuestran ni angustia ni enfado ante las separaciones de su cuidador, todo lo contrario, muestran indiferencia, distancia y evitación.
Desarrollo de los estilos de apego
En el apego seguro, los cuidadores responden a las conductas y necesidades del niño, y son capaces de confortarlos cuando es necesario, de modo que éstos son reforzados en su comportamiento (Crittenden, 1995). No temen mostrar sus emociones y confían en que sus cuidadores estarán ahí cuando los necesite, por ello, no tienen que comprobar todo el rato si están o no, ni se tienen que valer por si mismos siempre.
En el caso del apego ambivalente, los cuidadores se muestran cambiantes e inconsistentes. La mayoría de las veces no responden de forma adecuada a las necesidades del niño o lo hacen intermitentemente. Así, el niño no logra predecir cómo responderán sus cuidadores, lo que les genera rabia, ansiedad y necesidad de comprobar si sus cuidadores responderán a sus necesidades o no.
En los niños con apego evitativo, los cuidadores han rechazado las señales afectivas de sus niños, convirtiéndose ese rechazo en un castigo para ellos. El niño aprende a inhibir las respuestas castigadas. Si protesta, la madre responde con la emoción de rabia. Así aprende el niño que demostrar alguna señal afectiva es razón de castigo y llegan a inhibirla.
De Wolff e Ijzendoorn (1997), analizaron sesenta y seis estudios con antecedentes parentales que se relacionan con seguridad en el apego, para saber si la sensibilidad materna se asocia con la seguridad del apego en el niño, y con qué fuerza. Los resultados muestran una asociación mediana entre sensibilidad materna y apego seguro, concluyendo que es un factor importante pero no único, lo que subraya la necesidad de una aproximación multidi-mensional de los determinantes del apego y la regulación emocional (Garrido, 2006).
Basándose en ello, a mediados de los años ochenta diversos investigadores comenzaron a aplicar las clasificaciones del tipo de apego utilizadas en la infancia al mundo de los adultos. Como comenté en el anterior artículo, el apego adulto y el infantil tienen diferencias significativas y a partir de la segunda parte de la adolescencia, las figuras de apego cambian tomando los iguales una importancia cada vez mayor, hasta suplantar a las figuras parentales (Yárnoz, Alonso-Arbiol, Plazaola, Sainz de Murieta, 2001).
Itsaso Zabalo,
estudiante de psicología de la UPV cursando el practicum en Izkali
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