“Un sujeto
experimenta miedo cuando la presencia de un peligro le provoca un
sentimiento desagradable, aversivo, inquieto, con activación del
sistema nervioso autónomo, sensibilidad molesta en el sistema
digestivo, respiratorio o cardiovascular, sentimiento de falta de
control y puesta en práctica de alguno de los programas de
afrontamiento: huida, lucha, inmovilidad, sumisión.” Juan
Antonio Marina
Estoy en un descampado
cercano a mi casa con unos amigos. Tenemos nueve o diez años y
estamos jugando al escondite, nos adentramos en un terreno poco
conocido para nosotros en busca del otro grupo que se ha escondido
por la zona. De pronto, a lo lejos, vemos a un perro acercarse
corriendo hacia nosotros en disposición de ataque. Mi organismo pone
en marcha los mecanismos de alerta, las glándulas suprarrenales
vuelcan adrenalina al torrente sanguíneo provocando en mi distintas
manifestaciones fisiológicas: temblor, sequedad en la boca,
taquicardia, sensación de ahogo, visión borrosa, sudor frío,
sensación de irrealidad...es decir, siento miedo.
Durante el corto periodo
que el perro ha tardado en llegar a donde nos encontramos nos ha dado
el tiempo suficiente para situarnos en círculo agarrados los unos a otros (literalmente, ya que nuestros dedos se sujetaban a los brazos y
hombros cercanos como garras de animales desesperados), posiblemente en un intento de unión ante la adversidad y a adoptar una de las respuestas de temor prefijadas en nuestra
naturaleza animal, la inmovilidad. El perro comienza a dar vueltas
alrededor del círculo y de pronto se detiene a olisquear mi pierna,
quiero salir corriendo, pero noto como los músculos de todo mi
cuerpo se endurecen como afianzándose en esta inmovilidad, en ese
mismo instante, la amiga que tengo a la derecha comienza a correr no
pudiendo soportar la presión del predador y éste se ceba con ella.
La consecuencia de esta elección involuntaria fueron varias brechas
abiertas en la cabeza y el cuello peligrosamente cercanas a la
yugular. Todos salimos vivos, pero con huellas más o menos profundas
en nuestro ser.
En esta vivencia aparecen
representadas tres de las cuatro respuestas prefijadas por la
naturaleza ante una situación de peligro y que se activan por el
miedo: la inmovilidad, que fue nuestra primera reacción conjunta, la
huída, que emprendió mi amiga no pudiendo sostener la tensión
impuesta por el predador y el ataque, la del perro que vio invadido
su territorio por un grupo de desconocidos. Existe una cuarta
respuesta, la de sumisión.
El miedo descrito aquí,
es un miedo que surge como consecuencia de un peligro real y está
claramente definido. El peligro era un animal en disposición de
ataque, y lo que peligraba era nuestra integridad física y en última
instancia, nuestra vida.
Pero no todos los miedos
surgen como consecuencia de un peligro real, de hecho, muy pocos lo
hacen. El origen de la mayoría se encuentra, como dice el filósofo
Krishnamurti, en la combinación del pensamiento y el tiempo, ya que
se sustentan en fantasías sobre el pasado o el futuro y no en el
contacto con el aquí y el ahora. No obstante, lo que sí es real en
todos los casos es la experiencia subjetiva de ese miedo y es con
esta subjetividad y su repercusión en la vida de cada persona con lo
que trabaja el terapeuta gestáltico.
Así, podemos distinguir
entre los miedos adaptativos, aquellos que van en favor del organismo
y los miedos neuróticos, los que impiden a la persona ajustarse de
forma creativa a su entorno y crecer.
El miedo adaptativo
aparece ante una amenaza real que se da en el momento y lugar
presentes, poniendo en marcha los mecanismos de respuesta necesarios
para preservar nuestra integridad personal, favoreciendo nuestra
supervivencia y crecimiento.
El miedo neurótico tiene
su origen en una amenaza imaginada, ya sea porque no existe en
absoluto o porque la persona la ha magnificado en su intensidad o
frecuencia. El cerebro envía el mensaje de peligro al organismo, que
pone en marcha los mecanismos de alarma necesarios para inducirnos a
la acción con intención de proteger una integridad que en este caso, no está en
peligro. Por lo tanto, cuanto menos, supone un gasto de energía y
tiempo innecesarios, además de un sufrimiento que podemos
ahorrarnos; en las situaciones más extremas puede convertirse en
miedo patológico llegando a condicionar nuestra vida entera, como
por ejemplo, en los casos de agorafobia
en los que la persona no es capaz de salir de su casa al exterior.
Pero, ¿cómo llegamos a
imaginar amenazas inexistentes? Mencionaré tres fundamentales:
Como
consecuencia de un trauma no asimilado.
El miedo neurótico puede partir de una situación de peligro real,
un hecho traumático que la persona no pudo asimilar en su momento y
ha quedado inconcluso. Así, aparecerá una y otra vez en su vida en
las distintas situaciones que de un modo u otro la evoquen,
distorsionándolas y por tanto, impidiéndole cerrar las gestalt que
se le presentan en el camino y crecer. Esto sucederá hasta que pueda
cerrar la gestalt que en su momento quedó inconclusa.
El
miedo se aprende. Los padres
trasladamos a nuestros hijos nuestros propios miedos, ya sea a través
de mensajes verbales explícitos “¡cuidado con los extraños!”,
como con mensajes no verbales, temblor, miradas asustadas, evitación
corporal...ante una situación determinada. Sucede así incluso en
aquellos casos en los que no somos conscientes de que los sentimos.
El niño entiende esas situaciones como peligrosas, y aprende a
temerlas por imitación.
Como
consecuencia de interacción familiar. Muchos
temores surgen dentro del contexto interaccional de la familia, que
asigna un lugar a la persona, a través de una red de proyecciones
que pueden favorecer y mantener el miedo en uno de sus miembros.
En
la gestalt entendemos que, con independencia de cómo haya surgido el
miedo, el objeto temido es una característica de la personalidad del
individuo que éste proyecta en el exterior.
El
modo de abordarlo es responsabilizarnos de nuestro miedo, trayendo al
presente la situación temida y/o el termor en sí mismo y entrando
en contacto con él plenamente. El contacto pleno nos permite hacer
nuestro el aspecto negado, dejando de estar así bajo su dominio y
pudiendo completarnos como personas, en definitiva, liberando una
energía que queda disponible para vivir una vida más rica.
Ttala Lizarraga Arteaga
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