La mentalización supone interpretar la conducta de uno mismo y de otros
en términos de estados mentales intencionales, tales como deseos, sentimientos
y creencias (Allen, 2003; Gomez & Nuñez, 1998).
En
pocas palabras, mentalizamos cuando
tratamos a otros como personas y no como objetos. En el ámbito del apego, a
esta capacidad se le llama “función reflexiva”.
La función reflexiva se define como la capacidad para imaginar y pensar
acerca de los estados mentales, tanto en uno mismo como en los demás, al
servicio de construir modelos realistas de por qué razón tiene lugar tal
comportamiento, pensamiento o sentimiento (Bouchard et al., 2008).
La función reflexiva permite a
los cuidadores distinguir entre sus propios afectos, pensamientos, sentimientos
y los de su hijo. Así, si los cuidadores tienen suficientemente desarrollado
esta capacidad, manejarán y regularán mejor los afectos negativos del bebé,
manteniendo controlada su propia hostilidad y temor.
Fonagy y sus colaboradores sugieren que la capacidad de la madre para
contener en su mente complejos estados mentales, le permite tomar en cuenta la
experiencia afectiva y emocional de su bebé, para así comprender el
comportamiento de su hijo a la luz de estados mentales como emociones, sentimientos
e intenciones (Fonagy & Target, 1997; Fonagy, et al., 2002).
En los últimos
años, la función reflexiva de los cuidadores ha sido considerada útil para
entender el mecanismo que explica la transmisión del apego de padres a hijos,
dejando la sensibilidad materna, como principal mediador del apego seguro, en
segundo plano. Así mismo, en recientes
investigaciones ha quedado claro que para lograr la seguridad en el vínculo, es
indispensable que los cuidadores presenten la capacidad cognitiva de poder pensar
acerca de los sentimientos, pensamientos e intenciones del bebé y su relación
con las conductas que éste presente.
Se espera que los cuidadores no reflexivos presentes fallas en la tarea
materna de "espejamiento" (mirroring) de los estados emocionales del
bebé. El espejamiento consiste en que el cuidador reciba las expresiones de
emoción del niño y se las devuelva de tal forma que este pueda hacerles frente e
ir construyendo el significado de sus propias sensaciones y la consecuencia que
pueden tener.
Consiste en que la madre (que tiene la mente de su hijo en cuenta) manifieste
su atención y empatía por él con expresiones faciales y verbales acordes al afecto
experimentado por el niño.
En algunos casos el "espejamiento" puede ser demasiado exacto
o demasiado real, como por ejemplo una madre que responde al miedo de su hijo
con su propio miedo, más que con una representación del miedo del bebé. En
otros casos, puede que los padres devuelvan adecuadamente el afecto, pero en
una forma no contingente, creando así una falsa representación de la emoción
del niño. Por ejemplo, una madre interpreta los llantos de su bebé como
manipulaciones y decide responder ignorándolo hasta que el bebé se calle. En
tales situaciones, las representaciones del bebé de sus propios estados
emocionales se distorsionan y el niño queda con una equivocada representación
de su estado emocional, por ejemplo: debo llorar más tiempo del
necesario, o debo callarme aunque me duela, o debo
esperar que mi madre desee asistirme y no cuando yo lo necesito.
Estos cuidadores no reflexivos, afectan directamente en el desarrollo
psicológico del niño, sobre todo cuando estos comportamientos cumplen un patrón
y el niño se ve forzado a internalizar estados mentales distorsionados como si
fueran una parte de sí mismo. Esta elaboración y representación de la sensación
o emoción, forma parte de una adaptación, una forma de sobrevivir emocionalmente
ya que sostienen las relaciones con sus seres queridos. (Slade, 2000). Más
tarde, estas representaciones formaran los cimientos que construirán el estilo
de apego de estos niños.
Itsaso Zabalo,
estudiante de psicología de la UPV cursando
el practicum en Izkali
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